en la barra del bar.
Una mañana más sin otro cuento
que la calle y el frío,
realidad con hastío,
y este lamento para no variar.
La camarera viene y va entre prisas,
con ojeras cansadas de soñar.
Viendo cómo me ignoran sus sonrisas,
rutinario y metódico,
despacio, abro el periódico
donde improvisa el mundo su girar.
Desamor, soledad y cafeína,
aromas de ternura,
sabor a adrenalina.
Lluvia en la mesa, azúcar en la taza
mitiga la amargura
cuando nadie te abraza.
Despiadada e impura,
la mañana me emplaza
al café de la esquina
donde hasta la rutina
maquilla la grisura
de su negra amenaza.
Miro al resto de clientes y una blusa
me hace pestañear,
me rondan unos versos y las musas,
tan huidizas y pillas,
corren entre las sillas,
dándome excusas para no soñar.
Aún arrecia, en la calle, el aguacero
y enfrente, al otro lado del cristal,
un graffiti me grita su "TEKIERO":
como un viejo me encorvo,
doy de nuevo otro sorbo,
ya nada espero, no todo va mal.
Aflicción, vacuidad y cafeína,
aromas de ternura,
sabor a adrenalina.
Lluvia en la mesa, azúcar en la taza
mitiga la amargura
cuando nadie te abraza.
implacable y sin cura,
la mañana me emplaza
al café de la esquina
donde hasta la rutina
maquilla la grisura
de su negra amenaza.
Salgo a la calle, donde las aceras
exhalan humedad.
Ansiosos peatones con ojeras
caminan torpemente
y yo, entre tanta gente,
soy un cualquiera con mi soledad.